Historia del Santo Cáliz de la Cena

LO QUE NOS DICE LA TRADICIÓN

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Last updated: Jully 03, 2024
by and Alex Morrell is a senior correspondent at Business Insider covering Wall Street at large.

Una tradición constante e ininterrumpida, confirmada desde los primeros tiempos por un documento de primera magnitud, el Canon Romano de la Santa Misa, con la positiva aprobación de los primeros Papas por espacio de dos siglos, afirma y sostiene la autenticidad de tan estimable joya. A partir del Papa Sixto II y el martirio de San Lorenzo, va haciéndose esta afirmación más segura y solemnemente autorizada, sobre todo en el reino de Aragón y especialmente, en los Obispados de Huesca y Jaca, hasta adentrarse de modo definitivo en el plano de lo histórico, con documentación ya plena y formalmente garantizada.

La familia de San Marcos, el segundo evangelista (Mateo, Marcos, Lucas, Juan) era rica y tenía un molino de aceite en el lugar de Getsemaní, donde Jesús realizó la Oración del Huerto. En su patrimonio disponían de una casa en Jerusalén, según autores propie­dad de Cusa, procurador y tesorero de Herodes Antipas (Lucas VIII, 3) y esposo de Juana una de las piadosas mujeres que acompañaban al Maestro. Cusa podía ofrecer lugar seguro al Maestro para celebrar la Pascua, con sus discípulos, acechados por los judíos. Allí cele­bró el Maestro la Ultima Cena y se le llama el Cenáculo, nombre que ha perdurado a través del tiempo. Dicen los Hechos de los Apóstoles (12:12) Que se reunían casi siempre en un lugar que debía ser el Cenáculo y lo hacían con bastante frecuencia.

El Cenáculo, habitación de 15,5 por 9,5 m. aproximadamente, pasó a pertenecer a una mezquita durante siglos, pues los musulmanes tenían especial interés en convertir en mezquitas los importantes lugares cristianos de la época. Hoy no les pertenece, pues pasó a manos del estado de Israel y en su planta baja se ha instalado el museo del “Holocausto nazi”.

Al comunicar Jesús el deseo de celebrar allí la última cena (), la familia de Cusa dispuso de su mejor vajilla y vasos y, entre ellos el “cáliz de bendición”.

En aquella época, la copa que se utilizaba en el momento más solemne de la cena pascual judía debía ser de piedra cuidadosamente pulida, pues sólo así se podía considerar perfectamente pura; pero desde comienzos del siglo I, los rabinos permitían utilizar vasos de vidrio, de menor precio; sin embargo, las familias que poseían cálices , antiguos, los siguieron utilizando y pasando de padres a hijos, como todavía se hace.

Es muy importante saber que las investigaciones arqueológicas, sobre todo desde la efectuada por el profesor Beltrán en 1960, nunca desmentida, son unánimes en describir la parte superior del santo Cáliz de Valencia como una “copa alejandrina” por lo menos del siglo anterior a Jesucristo, no torneada sino tallada en un bloque de ágata. Un vaso perfectamente identificable y diferente de los que se utilizaban en las comidas diarias.

Tras la muerte del Señor, es lógico pensar que quedara la Sagrada Copa bajo la custodia de la Santísima Virgen junto con la Sábana Santa, la corona de espinas, los clavos de la crucifixión y la lanza; y que San Juan, el discípulo amado y custodio de María, usara la Copa para celebrar el Santo Sacrificio de la misa ante ella.

Siuri, Obispo de Córdova, y Sales, que lo cita entre otros historiadores, opinan que a la muerte de la Santísima Virgen, separados los Discípulos para anunciar la Buena Nueva a todas las Naciones, se repartieron las reliquias entre ellos, y debió hacerse cargo de la Copa, San Pedro, elegido por Jesús como cabeza visible de la Iglesia. San Marcos acompañó a San Pedro a Roma a predicar el Evangelio. Es lógico que se llevara consigo la copa de su familia, que utilizó el Señor en la Ultima Cena, para que en ella consagrara San Pedro al decir misa en sus principios, y así debió quedar vinculada a los veintitrés Papas siguientes.

Después del Concilio Vaticano II hubo varias fórmulas para celebrar el canon de la misa; unas más largas y otras más cortas. Hasta el Concilio Vaticano II solo existió una fórmula: la del Canon Romano que se conserva inalterable desde el siglo II y dice “El Señor Jesús, tomando en sus santas y venerables manos ESTE CALIZ…..”. Cuando se dice “este cáliz” no se piensa en un cáliz cualquiera, los papas decían “este cáliz” porque era el mismo que había utilizado el Señor en la Ultima Cena, parece una clara alu­sión al Cáliz de la Cena. Esta expresión demostrativa no se encuentra en ninguna otra de las plegarias eucarísticas antiguas.

Tras dos siglos de permanencia en Roma, llegó una época de gran violencia, que superó a otras anteriores, promovida por la persecución de los emperadores Valeriano y Galieno. El imperio romano se ahogaba en su impotencia económica y las riquezas de los cristianos que según sus perseguidores imaginaban debían ser fabulosas, podían constituir un buen remedio. Se promulgó un edicto que apareció en el año 257 y se reiteró en el 258. Los secuaces de Valeriano se dedicaron al pillaje de las limosnas cristianas, llegando en su afán de lucro a allanar hasta las Catacumbas, protegidas por la legislación romana. Encar­celado y condenado a muerte el Papa Sixto II por negarse a entregar al Emperador los objetos de valor que le quedaban a la Iglesia, todavía halló medio, antes de su martirio, de ordenarle a su fiel diácono y tesorero Lorenzo, español de Jaca, que distribu­yera estos bienes inmediatamente entre los pobres, lo que así hizo el futuro mártir, a excepción del Santo Cáliz, que en un fervoroso y sin duda inspirado deseo de salvarlo a toda costa del peligro que corría en Roma, lo enviaba dos días antes de su propio marti­rio, con un soldado del ejército romano paisano suyo, que volvía a su tierra de permiso, acompañado de una carta de remisión en la que ordenaba fuera entregado en Huesca su ciudad natal, a sus padres, Orencio y Paciencia, que a la sazón vivían en su casa y posesión de Loret, hoy Iglesia de Loreto, a extramuros de Huesca. La carta es conocida y a su texto se refiere el pergamino nº 136 de la colección Martín el Humano del Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona, en la actualidad, pues el original desapareció en el transcurso de los tiempos. En la basílica de san Lorenzo extramuros de Roma se conserva un fragmento de pintura mural donde se ve al santo delante de un altar con un cáliz de piedra. Este episodio está recogido también en el relieve de un capitel del atrio de la catedral de Jaca del siglo XI.

En Huesca se afirma, entre los cristianos oscenses, la veneración que merecía tan insigne reliquia, si bien teniendo que salvar épocas de persecución y peligros que imponían la ocultación y el secreto. Durante la inva­sión musulmana este Cáliz se escondió en el Pirineo aragonés, concretamente en el monasterio de san Pedro del valle de Hecho, por eso los caballeros medievales no sabían dónde estaba y lo buscaban por el mundo, creando la famosa “Bús­queda del Santo Grial”, manuscrito 527 de la Biblioteca Municipal de Dijon (Francia), que es uno de los más hermosos, gracias a sus 49 miniaturas, a su cuidada letra cursiva y a la calidad de cada uno de sus folios.

Siguiendo el avance de la reconquista, el Cáliz fue llevado a la catedral de Jaca y, desde allí, al monasterio de san Juan de la Peña.

Este lugar recóndito, maravilloso y seguro por su fragosidad y alejamiento de los terri­torios todavía en lucha con los árabes, se construyó al abrigo de una enorme roca, un emplazamiento que por dificultoso, resultaba muy seguro ante la amenaza musulmana, donde durante más de dos siglos y medio continuó la Sagrada Reliquia, ahora ya bajo la custodia de los monjes cluniacenses en el Monasterio de San Juan de la Peña fundado en el siglo XII.

Este lugar tuvo el singular afecto y protección de los Reyes de Aragón, todo ello realizado por las virtudes de los Santos y la fama de los héroes, cuyos venerables restos vendrán a reposar en los panteones del monasterio, como perenne guardia de honor del Sagrado Vaso, hasta que en 1399, Benedicto XIII ­el Papa Luna Don Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, elegido Papa en Aviñón el 28 de septiembre de 1394, ­aprueba la concesión al Rey Martín el Humano de la custodia del Santo Cáliz.

LO QUE AFIRMA LA HISTORIA

Existe una referencia del canónigo de Zaragoza, Don Juan Agustín Carreras Ramí­rez, quien en su “Vida de San Lorenzo”, t. I. p. 101, afirma la existencia de un supuesto “Auto” de 14 de diciembre de 1134, según el cual se decía en latín que “En un arca de marfil está el Cáliz en que Cristo Nuestro Señor consagró su Sangre, el cual envió San Lorenzo a su Patria, Huesca”. Este sería ciertamente el primer documento con valor his­tórico; pero pierde esta validez al no haber podido ser hallado. Hay que tener en cuenta que, tras la salida del Santo cáliz de San Juan de la Peña, este monasterio sufrió dos devastadores incendios, en los que pudieron perderse documentos relacionados con el sagrado vaso.

De aquí que sea en 26 de septiembre de 1399 el momento en que se inicia de modo indiscutible la plena historia documentada del Santo Cáliz, cuando el Rey Martín el Humano, el mismo que motivara el Compromiso de Caspe al morir sin sucesión, al recor­dar, poco después de coronado, de que en el Monasterio de San Juan de la Peña se conservaba el Santo Cáliz del Señor, llevado de su gran piedad y devoción a las reliquias, entró en deseos de poseer tan preciada joya. Hecha la petición a los monjes del Monaste­rio, resolvieron éstos por unanimidad satisfacer el piadoso deseo del Rey. Así lo hicieron, con otorgamiento de la correspondiente escritura pública que lleva la fecha arriba indi­cada y que se conserva en el Archivo de la Corona de Aragón, recibiendo por su parte, del agradecido monarca, el espléndido regalo de otro valioso cáliz, éste de oro, que por cierto desapareció, fundido, en el incendio que el 17 de noviem­bre de 1494 sufriera San Juan de la Peña. Esta donación fue avalada por el entonces Papa Luna Benedicto XIII.

El Santo Cáliz pasó entonces a ser venerado en la capilla del Real Palacio de la Alfa­jería, en Zaragoza, como joya integrante de los tesoros y reliquias de la capilla real propiedad de los monarcas de la Corona de Aragón, hasta que veintitrés años después, al decidir el Rey Don Martín I trasladar su residencia a Barcelona, en donde murió, llevó consigo las reliquias de que era poseedor y con ellas el Santo Cáliz, como se desprende de la lectura del inventario de bienes que a poco de la muerte del Rey se hiciera en septiem­bre de 1410.

Le sucede en el reino como resultado de su mayor derecho reconocido en el Com­promiso de Caspe, su sobrino, Don Fernando de Antequera, a quien le sigue su hijo Alfonso V el Magnánimo. Muy amante éste de Valencia, realizó en ella espléndidas obras de reconstrucción, como las llevadas a cabo en la Casa de la Ciudad, en el convento de Santo Domingo la primorosa Capilla de los Reyes; reformó y embelleció notablemente los salones y jardines del Palacio Real ­situado entonces donde hoy se alzan la llamada mon­tañita del general Elio, restos de aquel, en los jardines llamados por su origen del Real (o Viveros municipales), al que hizo trasladar también magníficas obras de arte; trofeos obtenidos en sus campañas victoriosas, como las cadenas del puerto de Marsella, que rompiera en audaz aventura marinera y gran número de reliquias, entre las que figuraba en lugar destacado el Santo Cáliz de la Cena del Señor.

Más adelante, por razón de sus ausencias y con el propósito de garantizar una mayor seguridad, depositó el cuerpo de San Luis, Obispo de Tolosa, juntamente con otras reli­quias y alhajas en la Catedral valenciana. Poco después, ante una nueva ausencia motivada por nuevas campañas, hizo hacer depósito de las restantes reliquias que le quedaban, dele­gando su custodia y conservación en mosén Antonio Sanz, canónigo y pavorde de la Catedral de Valencia y capellán mayor de la capital del Real Palacio.

Y así llegamos al 18 de marzo de 1437, en que a la muerte del mencionado mosén Antonio Sanz, el “muy alto Señor Don Juan, Rey de Navarra, Gobernador a la sazón de Valencia y lugarteniente de su hermano Alfonso”, ordena en nombre del Rey Magnánimo que se hiciera donación definitiva de joyas y reliquias al Cabildo catedralicio de Valencia, lo que así se hizo, mediante la redacción del correspondiente documento público que for­malizaba la entrega de la donación e inventariaba el contenido de la misma, afirmando Don Pedro de Anglesola, por parte del Rey y Don Jaime de Monfort por parte del hono­rable Cabildo, ambos notarios públicos.

En dicho documento, entre la relación de las diversas joyas y reliquias donadas, se lee: “Item lo càlzer on Jesucrist, consagrá lo sanguis lo dijous de la cena, fet ab dues anses d`or ab lo peu de la color que lo dit càlzer ès guarnit, a l´entorn d`or ab dos balaix e dos maragdes en lo peu e ab vint­i­uit perles conjuents de gras d`un pèsol entorn del peu del dit càlzer” (Archivo Capitular Notal de Jaime Monfort, vol. 3.532).

A partir de esta fecha continúa el Santo Cáliz ininterrumpidamente en la Catedral de Valencia hasta el mes de marzo de 1809, en que con motivo de la invasión francesa y consiguiente iniciación de la Guerra de la Independencia -pareciendo entonces inminente la pérdida de Valencia-, inicia un movido peregrinaje que le permite quedar a salvo de la rapacidad y los desmanes de las tropas napoleónicas.

El 19 de marzo de 1809 es trasladado a Alicante, de donde parte en regreso a Valencia a finales de enero de 1810, llegando a esta capital tras diecinueve días de accidentado viaje

En marzo es llevado a Ibiza, siempre por motivo de seguridad.

En febrero de 1812 pasa de Ibiza a Palma de Mallorca y en septiembre de 1813 regresa a la Catedral de Valencia y se redacta el último inventario de este período, en el que con el número 29 se lee: “La caxa de plata que contiene el Santo Cáliz de la Cena”, donde es venerado ininterrumpidamente, primero en la Capilla de las Reliquias (ábside de la Sala Capitular) y a partir de 1916 en el Aula Capitular Antigua (actual Capilla del Santo Cáliz), construida a mediados del siglo XIV para Aula de Estudios y Sala Capitular. Es una cámara de trece metros en cuadro por dieciséis de altura, paredes de adornos que se elevan hasta servir de asiento a doce ménsulas, de donde arrancan otros tantos arcos oji­vales que se entrelazan en la bóveda y producen la emoción del verdadero arte gótico en su primitiva belleza. La sala se destinó a Cátedra de Teología y se dice que allí enseñó San Vicente Ferrer y se celebraron Cortes del Reino y Sínodos de la Iglesia Valentina.

El 21 de julio de 1936, al comenzar la guerra civil, es salvado del saqueo e incendio por los canónigos Elías Olmos Canalda y Juan Sanchermés, el capellán Juan Colomina y el mozo de la Catedral José Folch, que envuelto en papel de seda y disimulado con un periódico, lo sacan de la Catedral mientras son incendiados los templos de San Valero, San Martín, San Bartolomé, San Agustín y otros, y auxiliados por María Sabina Suey Vanaclo­cha, consigue llegar a su casa de calle Avellanas nº 33 donde lo esconde. Tres horas más tarde, la muchedumbre irrumpe en la Catedral e incendian bancos, confesionarios, el sagra­rio, frontales de tapicería valenciana del siglo XVI, el Arca del Monumento, los frontales de Rocaberti y Ximénez del Río, la casulla con que Calixto III canonizó a San Vicente Ferrer y todos los objetos de valor que encontraron. Dicen que un conocido masón dijo tener una pista y que si no era entregado a las autoridades la familia sería condenada a muerte y ejecutada. La familia sufrió un registro y por estar en un cajón de un armario ropero se salvó, por ello Don Elías Olmos propuso fuera colocado en el hueco infe­rior del cajón, donde lo acomodaron con unas tablas convenientemente pintadas del color del mueble, operación realizada por José Cortés Díaz y su hijo Salvador, martirizado sema­nas más tarde por las hordas. Tras varios registros donde llegaron a centímetros del Santo Cáliz, y salvarse la Srta. Suey de ser asesinada allí mismo, se decidió trasladarlo al domici­lio del hermano de María Sabina, Adolfo, en la calle Pelayo núm. 7, pral. y allí se ocultó la reliquia entre los muelles de un sofá primero y la hornacina de la cocina después, cubierta con un tabique, por Bernardo Primo Alufre, natural de Carlet. Tras un intento de efectuar una obra de albañilería en la casa por parte de unos extraños, María Sabina y su hermana Nativa, lo trasladaron a Carlet, pueblo natal de la familia y a casa del referido Bernardo Primo y su esposa Lidia Navasquillo, era el 20 de junio de 1937 fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Francisco Bosch y Navarro, Notario de Valencia, con el afán de salvar al Santo Cáliz y a su protector Don Elías Olmos, consiguió enviar un hidroavión a la playa de la Malvarrosa para llevarlo a la zona nacional, pero una inoportuna borrasca, hizo que el hidroavión tuviera que despegar y anular el intento de salvar al Santo Cáliz. ¿La Providencia no dejó que el Santo Cáliz abandonara Valencia?

El 30 de marzo de 1939, día siguiente de la liberación de Valencia, se descubrió la caja de cinc que contenía el Santo Cáliz y se entregó a la junta de recuperación del Tesoro Artístico Nacional integrada por los Sres. Don Constantino Ballester y Julve, Don José Mª Ibarra Folgado, Don José Mª Muguruza y por Don Luis Monreal, en presencia de veci­nos de Carlet. El Santo Cáliz, ya en Valencia, fue a parar al taller del artista Jesús Sugrañes Carceller, para su limpieza. El 9 de abril, fiesta del Jueves Santo, fue entregado oficialmente por el General en Jefe del Cuerpo de Ejército de Galicia, libertador de Valencia, Excmo. Sr. Don Antonio Aranda y Mata, al Excelentísimo Cabildo Metropolitano, en el Palacio de la Lonja, donde quedó expuesto, ya que la Catedral estaba saqueada, profanada y parcialmente destruida. Días después pasó al oratorio del Arzobispo Don Prudencio Melo y Alcalde hasta su defi­nitivo traslado a la Catedral el 9 de julio de 1939.

Para restaurar la Capilla del Santo Cáliz, fue depositado éste en el relicario de la Catedral, donde se le veneró hasta el 23 de mayo de 1943, en que después de una esplén­dida función religiosa, oficiada por el Arzobispo Doctor Melo y predicada por Monseñor Lauzurica, fue trasladado en procesión a la Plaza de la Virgen y colocado en un altar, desde donde el entonces Alcalde de Valencia el Barón de Cárcer, D. Joaquín Manglano y Cucaló de Montull (Presidente de nuestra Real Her­mandad por aquel entonces), consagró Valencia al Santo Cáliz. Desde allí fue en procesión a su Capilla restaurada con delicadeza y arte, para tributarle el culto merecido por las reliquias de la Pasión. Las varas del palio fueron portadas por Caballeros de nuestra Real Hermandad del Santo Cáliz.

En 1959 recorre tierras aragonesas con motivo de la celebración de las fiestas con­memorativas del siglo XVII centenario de la llegada a España de la Sagrada Reliquia y en la que vino a seguir en ruta peregrina los mismos lugares que en el pasado recorriera en su trayectoria histórica, mereciendo destacar la jornada del 29 de junio a su paso por San Juan de la Peña, la Covadonga Pirenaica, en que el Santo Grial volvió a reposar y recibir los sen­timientos de veneración y homenaje de las más altas autoridades civiles y eclesiásticas de España y en especial de los antiguos Reinos de Aragón y Valencia, así como de peregrinos y fieles llegados de todas partes para escuchar los acordes del “Parsifal”, interpretados por los Orfeones Donostiarra y Oscense y por la Coral infantil “Juan Bautista Comes” de Valencia, haciéndose famosa la frase de una alta jerarquía eclesiástica que dijo: “Los actos en honor del Santo Cáliz han revestido tal grandeza como pedía la hidalguía de Aragón”. El 5 de julio entra en Valencia entre el fervor y emoción de la gente.

Una penúltima y justa salida tuvo lugar en noviembre de 1964 a Carlet, donde estuvo escondido durante la guerra civil, para presidir la clausura de la Santa Misión que durante quince días había venido celebrándose en aquella población y como visita de retorno, veinticinco años después de que fuera devuelta a Valencia tras su ocultamiento.

Para conmemorar el IX centenario del fallecimiento del Rey Sancho Ramírez II, Rey de Aragón, enterrado en el Monasterio de San Juan de la Peña, tuvo lugar la última salida, el 18 de julio de 1994, hacia dicho Monasterio y ciudad de Huesca, donde fue acompa­ñado en todo momento por Damas y Caballeros de nuestra Real Hermandad. El viaje fue un continuo rosario de fervor apoteósico, con sones de campanas, músicas, cantos euca­rísticos, celebraciones religiosas, aplausos, vivas, emoción en las almas, lágrimas en los ojos….. . Con su retorno a Valencia se cerraba una de las páginas más gozosas escritas en los anales de la historia religiosa de Valencia.

El 18 de septiembre de 2016, se produjo un nuevo traslado del Santo Cáliz a Carlet, como muestra de agradecimiento a este pueblo valenciano en donde estuviera escondido durante la Guerra Civil española de 1936-39. El Arzobispo de Valencia, Cardenal Antonio Cañizares Llovera, celebró una misa en la Plaza de Carlet, con gran asistencia y devoción de miles de feligreses. La Real Hermandad estuvo también nuevamente representada en ésta insigne ocasión.

Cuatro de los últimos papas han legitimado la devoción al Santo Cáliz; el primero san Juan XXIII, que concedió indulgencia plenaria a los que participasen en la Fiesta Anual del Santo Cáliz, luego san Juan Pablo II que consagró con él durante su visita a Valencia en 1982, como luego repitió Benedicto XVI en el Encuentro Mundial de las Familias en 2006. Finalmente, el papa Francisco instituyo la celebración de un Año Santo Eucarístico en Valencia, cada quinquenio, a partir del primero, celebrado con gran participación de fieles y peregrinos entre 2015 y 2016.

El culto al Santo Cáliz continúa, después de la etapa romana y oscense, con Martín el Humano, también llamado el Piadoso, que afirmaba: “Con el Santo Cáliz acostumbraron a consagrar los Abades, Priores y Presbíteros del Monasterio de San Juan de la Peña”. Y a partir de 1437, cuando se deposita en la Sacristía de la Catedral de Valencia es cuando comienza a tener verdadero culto, al ser venerado los jueves y viernes Santos, en que ser­vía de Cáliz para reservar la Sagrada Forma en el Monumento. En una de estas ocasiones sufrió una rotura que fue reparada, pero a partir de ese momento el Cabildo valenciano optó por no usar el Santo Cáliz en los actos de la Semana Santa, pero el culto incluso se incrementó y hubo muchos devotos que dejaron dádivas destacando una de 22.000 libras que data del año 1608. Intervienen insignes Arzobispos como San Juan de Ribera y Fray Isidoro de Aliaga, instituyendo la fiesta del Santo Cáliz, que consistió en primeras y segun­das vísperas. Misa, Sermón y dos procesiones, una por la mañana por el interior de la Iglesia y la otra por la tarde, con la misma solemnidad y recorrido que la del Corpus. Pos­teriormente decayó la fiesta en tiempos de la Desamortización de Mendizabal y se recobró más tarde merced al impulso del Arzobispo Don Antonio Monescillo, gran devoto del Santo Cáliz. Pero fue el Deán Don José Navarro Darás el que promovió que la reliquia fuera expuesta al público para su veneración y que se le dedicara una Capilla, consiguiendo fuera destinada el Aula Capitular a tal fin, siendo trasladada por el arzobispo Don Valeriano Menéndez Conde el día de la Epifanía del Señor de 1916, con masiva asistencia de parroquias, autoridades y fieles, a la Sala Capitular Antigua, donde actualmente se halla.

Con el acierto de la nueva instalación se incrementó el culto contribuyendo a ello la creación de la Real Hermandad que aprobó sus Estatutos el 28 de diciembre de 1917. Fueron unos cuantos devotos del Santo Cáliz los que fundaron la Real Hermandad del Santo Cáliz, Cuerpo Colegiado de la Nobleza Titulada Valenciana, donde tuvieron aco­gida, en un principio, solamente los títulos domiciliados en el Reino de Valencia u originarios de la Corona de Aragón, con una rama de Damas y otra de los primogénitos de los Títulos legalmente reconocidos. Son famosos “los jueves del Santo Cáliz”, guardia y culto que se celebra los primeros jueves de cada mes por la Real Hermandad del Santo Cáliz y los otros jueves del mes a cargo de la Cofradía del Santo Cáliz. La celebración de los actos más íntimos y familiares, como bodas, primeras comuniones, etc, para los que el pueblo valen­ciano escoge esta Capilla así como la visita casi continua de fieles y visitantes llegados de los más lejanos lugares para venerar el Santo Cáliz.

Y la historia del Santo Cáliz continúa, pero es ahora una historia que nos habla de fe y de amor; de la realidad de un mundo presente prendido en la certeza del Misterio ini­ciado hace veintiún siglos en el Cenáculo de Jerusalén, de una historia con sublimes resonancias Wagnerianas de místico arrobamiento que armoniza plenamente en el sobrio conjunto de la Capilla, con la piadosa y admirativa veneración del pueblo creyente ante la más insigne y conmovedora reliquia eucarística conservada por la humanidad; de una historia, en fin, escrita con las líneas severas de una liturgia y un culto perpetuado a través de los siglos en Valencia.

 

Revisado y corregido por Monseñor D. Jaime Sancho Andreu                                                                                                             Capellán Perpetuo de la Real Hermandad del Santo Cáliz. Cuerpo de la Nobleza Valenciana