LO�QUE�NOS�DICE�LA�TRADICI�N
Una tradici�n constante e ininterrumpida, confirmada desde los primeros tiempos por un documento de primera magnitud, El canon de la Santa Misa, y conservado en Roma con la positiva aprobaci�n de los primeros Papas por espacio de dos siglos, afirma y sostiene la autenticidad de tan estimable joya. A partir del Papa Sixto II y el martirio de San Lorenzo, va haci�ndose esta afirmaci�n m�s segura y solemnemente autorizada, sobre todo en el reino de Arag�n y, especialmente, en los Obispados de Huesca y Jaca, hasta adentrarse de modo definitivo en el plano de lo hist�rico, con documentaci�n ya plena y formalmente garantizada.
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La familia de San Marcos, el segundo evangelista (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) era rica y ten�a un molino de aceite en el lugar de Getseman�, donde Jes�s realiz� la Oraci�n del Huerto.�En su patrimonio dispon�an de una casa en Jerusal�n, seg�n autores propiedad de Chusa procurador y tesorero de Herodes Antipas (Lucas VIII, 3) y esposo de Juana una de las piadosas mujeres que acompa�aban al Maestro. Chusa pod�a ofrecer lugar seguro al Maestro para celebrar la Pascua, con sus disc�pulos, acechados por los jud�os. All� celebr� el Maestro la Ultima Cena y se le llama el Cen�culo, nombre que ha perdurado a trav�s del tiempo.�Dicen los Hechos de los Ap�stoles (12:12) que se reun�an casi siempre en el Cen�culo y lo hac�an con bastante frecuencia.
El Cen�culo, habitaci�n de 15,5�por 9,5 ms. aprox. pas� a pertenecer a una�mezquita durante siglos, pues los musulmanes ten�an especial inter�s en convertir en mezquitas los importantes lugares cristianos de la �poca. Hoy no les pertenece, pues pas� a manos del estado de Israel y en su planta baja se ha instalado el museo del �Holocausto nazi�.
Al comunicar Jes�s el deseo de celebrar all� la �ltima cena, la familia de Chuso dispuso de su mejor vajilla y vasos. En la �poca los vasos no eran de oro ni de plata, sino de piedras preciosas, costumbre que perdur� en los griegos y�romanos por mucho tiempo en las celebraciones lujosas y hoy perduran en los museos y colecciones vasos de piedra.�Este detalle ya
lo mencion� Plinio en sus escritos. Es sabido que la copa del Santo C�liz es de �gata, que es lo primitivo, pues las asas y�el�pi� que son de orfebrer�a posterior.
Ello nos dice que la preciosa Copa perteneci� a familia de alta alcurnia, ya que su riqueza y finura denotan una categor�a art�stica y material superior a la de los toscos vasos de vidrio, madera o barro usados entonces por la gente vulgar. La familia de Chuso era acomodada, pose�a una suntuosa vivienda y sirvientas, y ofreci� al Maestro su mejor vaso, con los dem�s utensilios�para la cena.
Tras la muerte del Se�or, es l�gico�pensar quedara la Sagrada Copa bajo la custodia de la Sant�sima Virgen junto con la S�bana Santa, la corona de espinas, los clavos de la crucifixi�n y la lanza, y que San Juan, el disc�pulo amado y custodio de Mar�a, usara�la Copa para celebrar el Santo Sacrificio de la misa ante ella.
Siuri, Obispo de C�rdoba, y Sales que lo cita, entre otros historiadores, opinan que a la muerte de la Sant�sima Virgen y separados los Disc�pulos para anunciar la Buena Nueva a todas las Naciones, se repartieron las reliquias entre ellos y debi� hacerse cargo de la Copa San Pedro, elegido por Jes�s como cabeza visible de la Iglesia. San Marcos acompa�� a San Pedro a Roma a predicar el Evangelio. Es l�gico que se llevara consigo la copa de su familia, que utiliz� el Se�or en la �ltima Cena,�para que en ella consagrara San Pedro al decir misa en sus principios y as� debi� quedar vinculada a los Papas siguientes.
Despu�s del Concilio Vaticano II hubo varias f�rmulas para celebrar el canon de la misa, unas m�s largas y otras m�s cortas. Hasta el Concilio Vaticano II solo existi� una f�rmula: la del Canon Romano que se conserva inalterable desde los tiempos apost�licos y dice �El Se�or Jes�s, tomando en sus santas y venerables manos ESTE C�LIZ…..�. Cuando se dice �este c�liz� no se piensa en un c�liz cualquiera,�San Pedro dec�a �este c�liz� porque era el mismo que hab�a utilizado el Se�or en la �ltima Cena, parece una clara alusi�n al C�liz de la Cena.
Consta por la historia que en Roma hab�a un c�liz, llamado el �c�liz papal�, porque con �l solo dec�a misa el Papa, pues era el mismo c�liz que hab�a utilizado el Se�or en la �ltima Cena.
Tras dos siglos de permanencia en Roma, advino una �poca de gran violencia, que super� a otras anteriores, promovida por la persecuci�n de los�emperadores Valeriano y Galieno. El imperio romano se ahogaba�en su impotencia econ�mica, y las riquezas de los cristianos que seg�n sus perseguidores imaginaban deb�an ser fabulosas, pod�an constituir un buen remedio. Se promulg� un edicto que apareci�en el a�o 257 y se reiter� en el 258. Los secuaces de Valeriano se dedicaron al pillaje de las limosnas cristianas, llegando en su af�n de lucro a allanar hasta las Catacumbas, protegidas por la legislaci�n romana. Encarcelado y condenado a muerte el Papa Sixto II�por negarse a entregar al Emperador los objetos de valor que le quedaban a la Iglesia, todav�a hall� medio, antes de su martirio, de ordenarle a su fiel di�cono y tesorero Lorenzo, espa�ol y aragon�s de Jaca,�que distribuyera estos bienes inmediatamente entre los pobres, lo que as� hizo el fiel di�cono, a excepci�n del Santo C�liz, que en un fervoroso y sin duda inspirado deseo de salvar a toda costa el�peligro que corr�a en Roma, enviaba dos d�as antes de su propio martirio, con un soldado del ej�rcito romano paisano suyo, que volv�a a Jaca de permiso, acompa�ado de una carta de remisi�n en la que ordenaba�fuera entregado en Huesca su ciudad natal, a sus padres, Orencio y Paciencia, que a la saz�n viv�an en su casa y posesi�n de Loret, hoy Iglesia de Loreto, a extramuros de Huesca. La carta es conocida, y a su texto se refiere el pergamino n� 136 de la colecci�n Mart�n el Humano del Archivo de la Corona de Arag�n en Barcelona, en la actualidad, pues el original desapareci�en el transcurso de los tiempos.�Tambi�n se conoce el cuadro de la bas�lica romana de San Lorenzo-extramuros�en las afueras de Roma, en el que est� San Lorenzo entregando un c�liz a un soldado que lo recibe de rodillas.
En Huesca se afirmaba, entre los cristianos oscenses, la veneraci�n que merec�a tan insigne reliquia, en proporciones verdaderamente profundas, si�bien teniendo que salvar �pocas de persecuci�n y peligros que impon�an la ocultaci�n y el secreto. Durante la invasi�n musulmana este C�liz se escondi� en�el Pirineo aragon�s, por eso los caballeros medievales no sab�an d�nde estaba y lo buscaban por el mundo, creando la famosa �B�squeda del Santo Grial�, manuscrito 527 de la Biblioteca Municipal de Dijon (Francia), que es uno de los m�s hermosos, gracias a sus 49 miniaturas, a su cuidada letra cursiva y a la calidad de cada uno de sus folios.
Poco m�s de 200 a�os hab�a permanecido en Roma y 450 en Huesca cuando en el a�o 711 ten�a lugar la invasi�n �rabe de Espa�a. Un a�o despu�s, el Obispo de Huesca , Acisclo, ante el arrollador avance de los invasores, abandona con su clero la ciudad de Huesca, siguiendo a los nobles, guerreros y pueblos que no quer�an caer bajo el yugo musulm�n, llevando consigo cuanto de m�s precioso encerraban sus iglesias y, sobre todo, el Sagrado C�liz de la Cena del Se�or, continuando su repliegue poco a poco, en sucesivas etapas, por los m�s ocultos caminos de las monta�as del Norte, hasta llegar secretamente a una cueva llamada de San Juan Bautista, a nueve leguas de la ciudad, cenobio rodeado de misterioso culto e inspirador de leyendas, que iba a ser fiel guardi�n�durante cuatrocientos a�os de la estimada reliquia.
Este es el lugar rec�ndito, maravilloso y seguro por su fragosidad y alejamiento de los territorios todav�a en lucha con los �rabes, se construy� al abrigo de una enorme roca, un emplazamiento que, por dificultoso, resultaba muy seguro ante la amenaza musulmana, donde durante m�s de dos siglos y medio continu� la Sagrada Reliquia, ahora ya bajo la custodia de los monjes cluniacenses en el Monasterio de San Juan de la Pe�a fundado en el siglo XII.
La fundaci�n de �ste monasterio se encuentra a caballo entre el mito y la realidad. Se cuenta que dos hermanos eremitas fueron los primeros en establecerse en este lugar buscando el sosiego y la paz. San Voto y San Felix encontraron el cuerpo incorrupto del tambi�n eremita Juan de Atares una vez encomendados a San Juan Bautista como consecuencia de una ca�da de Voto tras una cacer�a.�Tras la muerte de estos dos eremitas Voto y Felix, los tambi�n hermanos Marcelo y Benedicto se asentaron en San Juan de la Pe�a, fundando la primera comunidad monacal. Este lugar tuvo el singular afecto y protecci�n de los reyes de Arag�n,�todo ello realzado por las virtudes de los Santos y la fama de los h�roes, cuyos venerables restos vendr�n a reposar en los panteones del monasterio, como perenne guardia de honor del Sagrado Vaso, hasta que en 1399, Benedicto XIII – el Papa Luna, Don Pedro Mart�nez de Luna y Perez de Gotor, elegido Papa en Avi��n el 28 de septiembre de 1394 � aprueba la concesi�n al rey Mart�n el Humano, de la custodia del Santo C�liz. El Papa Luna, Benedicto XIII, fij� su residencia en el castillo de Pe��scola y�desde all� dict� �rdenes y confi� la custodia del Santo C�liz al Rey de Arag�n Mart�n I el Humano, tras cinco a�os de pontificado
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